sábado, 24 de octubre de 2020

AMOR IMPOSIBLE


La anciana cerró la mano en torno al broche, hasta que las aristas se le clavaron en la palma haciéndolas sangrar. No sentía dolor, solo nervios retorciéndole las entrañas. Miró caer la lluvia por la ventana. ¿Cómo pudo ser Adela tan tonta? Una lágrima resbaló por su cara y se perdió en la alfombra. ¿Y si llamo yo? pensó, pero desechó la idea al momento. Le dijeron que sería el sicario quien lo hiciera. Abrió el broche y contempló la fotografía de Álex, el amor de su vida, el bastardo que la engañó a los tres años de matrimonio.

El teléfono se desperezó en la horquilla. Bastaron tres palabras para alegrarle el día: 《Señora, problema resuelto》. Buscó el móvil y le mandó un mensaje a su hija.

A mil kilómetros de allí, Adela sacó el móvil y leyó el WhatsApp de su madre. Se le desencajó la mirada y, en el último momento, consiguió reprimir ese grito que escalaba por su garganta. No podía creer lo que estaba leyendo.

Rememoró la última noche: una playa tranquila, una toalla, dos copas de fino cristal y una botella helada de champagne.

Se habían conocido seis meses atrás cuando ella aceptó, en Cádiz, un puesto de bibliotecaria, intentando huir de su Galicia natal y de una madre opresora y amargada. Pedro fue la luz al final del túnel.

No recordaba casi nada de lo que pasó. Posiblemente hicieran el amor de manera pausada, recorriendo con los labios sus respectivas anatomías, besando cada constelación de lunares. Al despertar, con un tremendo dolor de cabeza, vio a Pedro a su lado, con un cuchillo clavado en el corazón. ¿Había sido ella? Corrió como loca, metió sus cuatro cosas en el baúl y puso rumbo a la estación, al tren que la devolvería a casa de su madre, a su tierra oscura. Seguro que ya la estaba buscando la policía. Volvió a leer el mensaje: 《Pedro es tu hermanastro. Se terminó lo vuestro》.

En la playa, una niña saludó al hombre que estaba tumbado en la arena, mientras las olas le lamían los pies. Repitió el saludo, y supo al instante que estaba muerto. Recordó lo que le decía su abuela: 《A los muertos se les escapan los sueños por los ojos》. La niña se arrodilló, y le cerró los párpados.

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