viernes, 16 de octubre de 2020

FANTASMA


Agachó la cabeza para que las afiladas gotas de lluvia no le entraran en los ojos. Bastante había llorado en el entierro de Antonia esa misma tarde. Un suspiró le partió el pecho de parte a parte y sintió de nuevo una angustia tremenda. Antonia, el amor de su vida; Antonia, la inalcanzable; Antonia, la de estrellas en el pelo y la luna por duplicado en sus ojos.

Tropezó y casi cae de bruces, pero unas manos fuertes le cogieron antes que sus huesos dieran en tierra. Era Ángel, el que a pesar de ir al pueblo todos los veranos, sería siempre el extranjero.

"Gracias, Ángel. De no ser por ti..." "No es nada. "Vienes del entierro?" Contestó que sí en un susurro. "Yo no he sido capaz" dijo Ángel y sin decir nada más, cada uno en sus pensamientos, andaron juntos hasta el pueblo. Dos almas tristes, dos sombras sin luz.

Fue pasando la vida. Las hojas de los árboles cayeron  y el agua del río se congeló. A las dos semanas el cartero le trajo una carta. Era Ángel el remitente. Con extrañeza rasgó el sobre.

"Querido Luis. No puedo guardar más el secreto que me atormenta noche y día. Antonia no murió, como todos pensáis. Antonia quedó embarazada de mí y por miedo a su familia inventamos esa patraña. Hemos tenido un hijo precioso que se llama Luis, en tu honor. Somos felices los tres. Ahora el secreto es tuyo también. Sé que podrás guardarlo para ti".

En París llovía con ganas. Ángel se acercó a la ventana y posó sus labios sobre el pelo de Antonia. La mujer cerró los ojos, dejó que el hombre la envolviera en sus brazos y sonrió.

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