Seis años ya, pensé, y aquí perdiendo el tiempo. La pizzería era cutre, un quiero y no puedo, imitando algún local de Italia. Incluso sonaba la Pausini de Fondo.
Miré a Alberto y por primera vez le vi como era: había perdido pelo, la tripa se le había estirado hasta el infinito y los ojos parecían los de un ratón. También me di cuenta de lo egoísta que era, y lo manipulador. Yo hubiera preferido unas tapas y una cerveza, pero él se salió con la suya.
Sentí un asco infinito al pensar que esa noche querría sexo y yo no me vería capaz. Ya no sentía nada por mi marido, solo asco, pena y una rabia infinita. Qué le diera sexo su secretaria, ya no me importaba nada.
Sonrió como una hiena y aparté la mirada.
- Qué vas a pedir, nena?
Suspiré, me levanté despacio y con el bolso el la mano y la tristeza en la mirada, le contesté.
- Una despedida a la barbacoa.
(Microrrelato con el que participé en el grupo Creativos Enredados)
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